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Mario Vargas Llosa: «Hay que vivir como si fuésemos inmortales»

Nicolás Pesce Freijo
Conocí a Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) hace casi 15 años. Estábamos en su ático de Saint-Sulpice, en el literario barrio latino de París, y él permanecía recostado en un sillón beis junto a su hija fotógrafa, Morgana, con quien había retratado las vidas de la feminista Flora Tristán y su nieto Paul Gauguin para ‘El paraíso en la otra esquina’. Volví a encontrarlo cinco años más tarde, rodeado por su colección de hipopótamos, en su ‘loft’ castizo de la plaza de las Descalzas, en Madrid. Por aquel entonces estrenaba la novela de amor ‘Travesuras de la niña mala’. Ahora el destino nos cita en otro de sus hogares: la Biblioteca Nacional, la casa que sobrevive a todas sus mudanzas. La morada donde habitan sus pieles de papel y tinta.
Aquí está el pupitre de madera con la misma lámpara que alumbró los primeros renglones de ‘La ciudad y los perros’, el libro que le dio la gloria literaria. Aquí descansará también su nueva historia, ‘Cinco esquinas’ (Alfaguara), un thriller donde el erotismo, el periodismo amarillo y la corrupción política se besan en la boca. Ve hoy la luz, y lo hace en un megalanzamiento simultáneo en España, América Latina y Estados Unidos para coincidir con los homenajes por su 80º cumpleaños. El Nobel, tan venerado por su obra como perseguido por su día a día, celebra con ELLE su buen momento vital con una entrevista en exclusiva en el lugar que lo vio nacer como escritor. «¡Vaya!, qué calentito se está –dice frente a su primer escritorio–; cuando yo trabajaba aquí escribía con el abrigo puesto y dos bufandas. Cómo cambia la vida…».

Perseverar en la escritura
Si nos colásemos en su despacho actual, ¿como le veríamos?
Escribo a mano, con tinta y en cuadernos de rayas. No podría crear la primera versión de mis libros desde un teclado. Me gusta el papel. Lo que sí hago es pasar yo mismo la novela entera al ordenador, y eso me sirve ya como la primera corrección de la historia.
¿Cuánto tiempo tarda en escribir sus libros?
Mis novelas más largas me han tomado unos tres años. Con la que menos tardé fue Pantaleón y las visitadoras, que la escribí en año y pico. Lo normal es que me ocupen un par de años, el tiempo que me ha llevado escribir esta última.
Paco de Lucía, uno de los mejores guitarristas de siempre, nos confesó que tocar le causaba mucha fatiguilla. ¿Cómo vive Vargas Llosa el proceso de escribir?
Para mí es un gran placer, pero, en contra de lo que puede parecer, no es un placer que viene fácil. Hasta que la maquinaria se pone en marcha el oficio de escritor es un acto casi de hormiga. Acumulo muchos materiales y trabajo con una inseguridad enorme. A pesar de que llevo tanto tiempo contando historias, me cuesta muchísimo esfuerzo escribir.
¿Qué es lo que le compensa para seguir haciéndolo?
La experiencia me ha enseñado que, si persevero en la escritura, ocurren de repente cosas maravillosas. Por ejemplo, una de ellas es que un personaje secundario empieza a crecer por cuenta propia y adopta una manera de hablar y ser diferente a la que tenía prevista para él. Es como si, de pronto, del papel surgiese un simulacro de vida. Algo muy bonito. Estos son los momentos realmente fascinantes para mí, los que me compensan por tantos días difíciles en los que tengo la sensación de no avanzar, más bien de retroceder. Y creo que esos son también los instantes que me desagravian de las dificultades, de los obstáculos, de toda esa inseguridad con la que escribo una novela.

Nueva novela
¿Cómo nació la nueva, ‘Cinco esquinas’?
A diferencia de otras, no sé cómo se fue insinuando en mí la idea de esta novela. Comenzó con una imagen más bien erótica de dos amigas que viven en Lima en un momento de gran violencia terrorista y represión policial. Son las últimas semanas de la dictadura de Fujimori y Montesinos, cuando el sistema que habían construido empieza a descalabrarse. Perú vive mucho desconcierto, lo que provoca un fuerte desánimo psicológico. El toque de queda hace que estas mujeres tengan que dormir en la misma casa. Y, sorprendentemente, entre las dos surge un encuentro sexual, ninguna de ellas sabe cómo comienza. El sexo quizá sea la salida a la sensación de acercamiento social, una compensación por un momento de asfixia.
En una ocasión leí que dijo que «sin erotismo no hay gran literatura». ¿Es cierto?
Sí. La literatura es una exposición de la existencia humana tal cual es. Es la historia de los grandes acontecimientos, esos que cambian el mundo, y también es la vida privada de las personas. Así que, al igual que creo que una literatura puramente erótica resulta bastante irreal, aquella que elude esta experiencia no expresa la vida en su totalidad. La reduce, la sesga, la desnaturaliza.
¿Puede explicarme su visión del erotismo?
Es una manifestación de la civilización, eso que transforma el sexo en una actividad creativa. Los seres primitivos no lo conocen, para ellos la sexualidad es algo animal, el desfogue de un instinto. Lo erótico es ese componente de teatralidad, de ceremonia, de ritual que nutre la relación sexual. Uno piensa que sin pintura, sin literatura, sin historia y sin las artes el erotismo no existiría, precisamente porque utiliza todos esos ingredientes culturales para darle al amor físico una dimensión intelectual y espiritual. Así que creo que el erotismo enriquece el amor, el placer y la relación de los amantes. Al igual que creo que hoy se ha empobrecido extraordinariamente.
¿Por qué?
Porque requiere una cierta clandestinidad, aunque sea fingida. El sexo público, que es a lo que estamos llegando, banaliza y abarata el amor. La libertad es muy buena, pero yo considero que el puro libertinaje constituye una negación de esa libertad.
Hablando de libertad de expresión, acaba de ser galardonado con el premio Rey de España de periodismo. ¿Cómo convive en usted el escritor con el cronista?
El periodismo y la literatura han sido para mí como el anverso y el reverso de una misma vocación. El periodismo me fascina desde que era niño.